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30 de septiembre de 2011

El sello dactilar de la mirada latinoamericana. Paraísos Artificiales de Yulene Olaizola.





Por Susana Díaz Berrios

En el marco de la competencia latinoamericana del festival Sanfic 7, “Paraísos Artificiales” fue premiada como mejor dirección para Yulene Olaizola quien saltó a la fama tras su elogiado film Intimidades de Shakespeare y Victor Hugo (2009). Sin desprenderse del tratamiento documental Olaizola presentó un film sólido e inquietante.

“La mujer es el ser que proyecta la mayor sombra o la mayor luz en nuestros sueños; vive de una vida distinta a la suya propia; vive espiritualmente en las imaginaciones que atormenta y que fecunda”

Charles Baudelaire Paraísos Artificiales

“Paraísos Artificiales”, el nombre del film de Olaizola alude al texto del poeta maldito francés Charles Baudelaire, poema en que el narra su experiencia de hachís y de opio. Por consiguiente, la cineasta mexicana construye una metáfora a través de Luisa, una mujer que proyecta los paraísos artificiales que crean los seres humanos a través del consumo de estimulantes.

Sin desprenderse totalmente del tratamiento documental, la realizadora sitúa a los espectadores en un lugar paradisíaco; Jicacal, una playa rodeada de selva en la reserva natural de los Tuxtlas, en Veracruz, México. La imagen se contrapone con dos personajes adictos, de entre ellos destaca Luisa, mujer joven y aparentemente de origen adinerado, quien trata de sobreponerse a su adicción por la heroína, para ello inicia un proceso de desintoxicación en un lugar paradisíaco, desolado y de atmósfera asfixiante. De su intento por sanar no sucede mucho en el filme, ya que la mayor parte del metraje fuma heroína como crak o pasta base. Por otro lado está Salomón, un lugareño adulto y solo, quien gasta su sueldo de campesino en marihuana, y es con quien Luisa establecerá un lazo más cercano durante el proceso de sanación que intenta llevar a cabo.

El contexto del adicto que plantea la película es el de estar en un estado alterado que le permite estimularse por el entorno y cambiar su percepción de las cosas, solo existir o sentirse diferente crear un paraíso artificial en su mente. Lo interesante en la obra de Olaizola es cómo lleva el consumo y el estado de conciencia alterado a una normalidad que se acerca a un documental y le otorga a su mirada personal la verosimilitud y coherencia estructural que le caracteriza.



Luisa y Salomón, de mundos opuestos, se conectan producto de la necesidad de consumo que les exige el cuerpo; se añade que entre ambos una sostenida simpatía pues se reconocen en su soledad, el tener ambos el problema y el deseo de habitar en un mundo paralelo. El infierno interno sugerido se acompaña por un paisaje idílico aunque sombrío, no es un playa de sol, sino un balneario siempre nublado. La destreza de la directora del film es evidenciada mediante imágenes sensoriales sumada una fotografía incuestionable, envolvente y perfecta en la magnitud de la desolación que retrata.

Más que una adicta, Luisa es una investigadora de los oriundos del lugar, en momentos asume el personaje de una documentalista que intenta desdoblar el sentir a sus personajes, de Salomón y su experiencia con la marihuana que dice estar casado. En varios momentos Salomón efectúa monólogos frente a la cámara acerca de sus experiencias con otros turistas o con la marihuana y el alcohol, incluso refiere de su esposa fallecida. De otro lado, Luisa jamás habla del pasado o de lo que siente salvo de lo que quiere conseguir -heroína o alguna droga que se le parezca-, a veces hace preguntas en busca de certezas en otros personajes amigos de Salomón.

Luisa, Salomón y el resto de los personajes son interesantes en el devenir de los acontecimientos monótonos del paraíso artificial en que se encuentran, sin dramatizar el problema de la adicción de Luisa ni la pobreza de Salomón, el filme mantiene una tensión sexual entre los personajes que jamás es implícita. El personaje central se adentra en el mundo de campesinos marginales, quienes no la sobrepasan ni la violan aunque es una riesgo latente; a Salomón le atrae Luisa y hacia el final del filme le canta a su enamorada; aunque es más fuerte el lazo de amistad se esbozan tensiones.

Olaizola dispone una lógica documental que se materializa en la forma del filmar a los campesinos de Tuxtlas: niños, dueños de cabañas o los amigos de Salomón. La directora trabajó solo con una actriz profesional, Luisa Pardo, quien es la observadora interactiva y único lazo que posibilita conocer a personajes que no son actores profesionales. Tal vez una debilidad del guión es la construcción de esta mujer sin pasado, pocas pistas da Olaizola de el porqué llegó a ese estado, ni de dónde viene.

Paraísos Artificiales pertenece a la categoría de los filmes que se digieren después de un tiempo, que dejan un germen dando vueltas, una de esas películas inquietantes herederas de guiños cinematográficos del europeo moderno aunque con un sello dactilar muy latinoamericano, esto es, nuevo lenguaje oscilante entre la ficción y el documental.

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