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14 de mayo de 2008

La ciudad de la fotógrafos




Pésima noche. Me despierto muy temprano, a eso de las siete de la mañana, y recuerdo que el día anterior compré dos documentales chilenos: La historia del Metal en Chile en la década de los ochenta y el segundo la Ciudad de los fotógrafos. Mi finalidad es observar sus propuestas narrativas y visuales, para ver cómo puedo yo articular un discurso en el documental que pretendo montar.

Extraña hora de la mañana para ver una película. Tal vez la obsesión que siento por tratar de encontrar la operación precisa para poder articular mi documental, me hace perder horas de sueño y despertar con ganas de ver una película de este tipo; me inclino por la Ciudad de los Fotógrafos. Su nombre me parece atractivo. Recuerdo un comentario en el taller documental que decía que la película, teniendo imágenes fotográficas notables, se despreocupaba de la dirección de fotografía. El otro factor que me lleva a verla, es haber observado la sistematización visual de un par de fotógrafos que estimuló mi interés hacia las operaciones del reportaje grafico, y finalmente la buenas críticas y reconocimientos a nivel nacional e internacional de la película.

Los primeros diez minutos lloré como en mis peores épocas de angustia existencial. Definitivamente el tema de la dictadura, la tortura y los detenidos desaparecidos me afectan profundamente, a pesar de saber que conscientemente manipulan mi emoción. Al avanzar, en la película se evidencia un dispositivo narrativo que se hace un poco confuso al mezclar mediante una voz en off la visión personal de su autor con el relato coral de varios fotógrafos, voz, que afortunadamente se diluye para dar paso a un relato estructuralmente más cercano a lo periodístico, con entrevistas, imágenes fotográficas, contexto histórico y una muerte que estremece a todos sus personajes.

Investigación sólida que no escatima en tomar una visión crítica de lo que documenta, y lo notable es su capacidad de interrogarse a si misma. El clímax del documental abre el cuestionamiento moral de que se estaba fotografiando cuando termina la dictadura y comienza la transición. Lo que en un principio era un arma de denuncia social, que logró generar un gremio como A.F.I. que agrupó a importantes fotógrafos que denunciaban los abusos de la dictadura, se convirtió luego en un arma insensible y adrenalínica por capturar sangre; algo así como aves de rapiña en busca de carroña.

Recordé la espera de la muerte de Pinochet afuera del hospital militar: todos los reporteros gráficos estaban aglomerados con sus lentes en busca de la imagen que probablemente recorrería el mundo y les pagaría el sueldo del mes. Mientras tanto, la cámara del documentalista Iván Osnovikof capturaba un primer plano terrorífico de una mujer muy maquillada que rezaba un rosario rogando la salvación del general.

La ciudad de los fotógrafos que retrata Sebastián Moreno es una muy distinta a la actual, no sólo por la razón obvia del momento histórico que se vivía y el cambio de formato análogo a digital, si no que también por cómo se articulan las imágenes en esta nueva construcción social.

El cine documental, con sus operaciones inteligentes, ha podido exponer lo que la ficción lamentablemente no ha podido lograr al enfrentarse con el pasado de nuestro país.